POPCORN

El subte ya había salido hacia su destino. No estaba tan lleno como suele estarlo un día de semana a las 6:05 de la tarde. Mucho de esto tendría que ver, quizás, con el paro. Los servicios funcionaban en forma interrumpida y la gente elegía exiliarse en el refunfuñe.
Por los andenes y pasillos había lugar para circular, hasta podrían haber sido pistas de baile.
Yo estaba ahí sentada, leía y levantaba la vista para observarlos a todos. La volvía a bajar. Y luego a subir. Arrancó y seguía habiendo lugar en los pasillos y en los asientos.
De repente los veo y no pude concentrarme más: ella era muy alta, robusta, con raíces castañas claras y mitad del pelo rubio, muy rubio. Si hubiese tenido un par de cuernos y un escudo, podría ser una valkiria. No poseía nada de eso, si en cambio ojotas, pollera larga, un enorme tatuaje en la pierna izquiera, un bull en su nariz, tres piercings en sus labios y uñas con el esmalte corrido pintadas de rosa fosforecente. También un morral y varias bolsas. El era más petiso: petiso y redondo. Bastante inferior en tamaño en relación a ella. Me hacía acordar a un pan de margarina. Llevaba remera gris y bermudas caqui. Tuve que clavar mi mirada un largo rato para descifrar si el era una ella. A excepción de su nariz, similar a la del señor Burns, sus rasgos era indefinidos. Demasiado masculinos para ser femeninos, demasiado femeninos para ser masculinos.Unos tímidos pelos asomaban en su mentón.
La valkiria y el pan de margarina se hablaban, se miraban y se reían. Se decían secretos al oído y apoyaban sus manos sobre sus caras, también se besaban. Se acercaba mi estación. Me paré e intentaba no mirarlos. Igual a ellos no creo que les importase. Estaba frente a la puerta. Era mi turno de bajar. Podía ver mi reflejo en el vidrio. Antes del descenso los miré de reojo una vez más. Escuché que se decían palabras en un idioma extranjero: eran alemanes. Mis ojos volvieron a su norte. Mi cara seguía manteniendo su expresión de nada. Atrás del vidrio se veían los cables pasando a máxima velocidad. “Que lindo debe ser viajar en subte en otro país, enamorado”, pensé. El subte se detuvo, sus puertas multicolores y graffiteadas se abrieron. Hacía calor. Yo me bajé.